martes, 25 de agosto de 2009

LA REBELION DEL GAUCHO RIVERO

En las cercanías de la ciudad de Boston, Estados Unidos, se ubica el poblado de Lexington, lugar donde se llevó a cabo el primer combate de la Guerra de Secesión de aquél país, hacia 1775.

Un navío de guerra norteamericano yace en las costas del lugar:

es la fragata USS Lexington, una de las tantas que llevan el mismo nombre de aquella que en diciembre de 1831 destruyó casi por completo las defensas argentinas asentadas en Puerto Soledad, Islas Malvinas, cuando gobernaba don Luis Vernet.

Una placa recuerda este cobarde episodio en el sitio nombrado.

Los invasores, entonces, ocuparon los edificios principales, incendiaron la pólvora acumulada del lugar, saquearon propiedades privadas y apresaron a veinticinco pobladores para averiguar quiénes habían osado detener unos buques balleneros estadounidenses que cazaban de manera ilegal.

Con irreverencia, Silas Duncan, el comandante de la Lexington, expresó que las islas pertenecían “al mundo”.

No será esta acción un hecho aislado ni mucho menos.

A lo sumo habría que decir que Duncan fue el primero de una serie larga de piratas y depredadores de ultramar que intentaron apoderarse de nuestras islas Malvinas.

Tres intentos más, los de la goleta Dash, el cúter Sussanah Anne y la goleta Exquisite, de bandera yanqui, imitaron el triste ejemplo de Duncan al saquear la ganadería malvinense hasta hacerla prácticamente desaparecer.

Las declaraciones de aquél, aludiendo la supuesta “universalidad” de Malvinas de seguro ayudaron a alentar las tres acciones ilegítimas.

La intermitencia de los ataques impidió, por ende, fortalecer la presencia argentina en Puerto Soledad, lo que permitió una vertiginosa sucesión de gobernadores político-militares sin que se pudiera restablecer el orden adecuado para ejercer con solvencia la soberanía nacional.

Luis Vernet, el primer comandante político y militar de Malvinas, ungido como tal por el gobierno de Buenos Aires, se aleja de la isla Soledad y fija rumbo al puerto de Buenos Aires, dejando el mando al sargento mayor de Artillería don Francisco Mestivier.

Así lo manifiesta el decreto del 10 de setiembre de 1832, emanado del Ministerio de Guerra y Marina, el cual decía:

“El gobierno de Buenos Aires, hallándose en ésta el comandante político y militar de las islas Malvinas y sus adyacentes en el mar Atlántico, don Luis Vernet, y no pudiendo aún regresar, ha acordado y decreta:

1º) Queda nombrado interinamente comandante civil y militar de las islas Malvinas y sus adyacentes en el mar Atlántico, el sargento mayor de Artillería don Francisco Mestivier”.
Poco va a durar Mestivier como gobernador, pues un motín de dudosa procedencia termina matándolo en diciembre de 1832.

Como buen militar que era, Francisco Mestivier repuso el orden y la soberanía argentina en Puerto Soledad, fortificó las defensas e hizo enarbolar nuevamente el Pabellón Nacional.

Los peones obedecían correctamente las órdenes y fueron tratados con todo respeto.

La situación, sin embargo, volverá a caer en una anarquía atroz.

Habiendo quedado Juan Simón como el hombre fuerte del lugar, siendo el capataz de los peones, comienza a tomar notoriedad…y también empiezan sus abusos.

La goleta Sarandí decide regresar a Puerto Soledad, noticia que no fue tan bien recibida por Simón, pues éste veía en tal regreso la imposibilidad de asumir como comandante político y militar de las Islas Malvinas, cargo que ya había sido asignado al teniente coronel de Marina José María Pinedo, quien viajaba en la goleta y era el hombre de confianza de Luis Vernet. Pinedo, por tanto, puso fin a los amotinados.
Pero cuando el 3 de enero de 1833 la fragata inglesa Clío desembarca e invade las Islas Malvinas, el teniente coronel no intentó defender esa posición, y entonces embarca la escasa tropa que tenía consigo y regresa a Buenos Aires.
Iza la bandera argentina y la deja al cuidado de Juan Simón, nombrado por Pinedo como nuevo comandante político y militar de las islas.
Antonio Rivero, el peón justiciero

Antonio Rivero, gaucho entrerriano, llega a las islas Malvinas en el año 1827, y fue un testigo presencial fundamental de todo lo antes referido.

Se dice de él, que trabajó de peón en Puerto Soledad atrapando ovejas y cerdos, a los que luego amansaba.
La gran mayoría de los gauchos e indios insurgentes del 26 de agosto de 1833 eran peones, las más de las veces, mal pagos.
Juan Simón hizo manejos turbios con dinero que, al parecer, les pertenecía a los peones de Puerto Soledad. Mientras Simón fue comandante político y militar, el capitán John James Onslow, comandante de la fragata inglesa Clío, le “permitió” ostentar dicho cargo, situación que lo puso en ridículo ante los peones que tuvo tiempo atrás a su cargo, y también ante el resto de la población.

Era una marioneta del invasor inglés.

También se le atribuye a Simón el haber destruido las cuentas que llevaba de los efectos y el dinero que hizo junto a su amanuense Francisco Freyre, producto de las ventas de reses a los buques depredadores extranjeros.

Luego de que los británicos ocuparan las islas Malvinas aquel 3 de enero de 1833, un grupo de tres gauchos (Antonio Rivero, Juan Brasido y José María Luna) y 5 indios (Manuel González, Luciano Flores, Manuel Godoy, Felipe Salazar y M. Latorre, éste de ciudadanía chilena) acopian armas y puñales y en agosto del mismo año hacen frente a la usurpación.

Logran quitarles la vida a cinco personas, entre ellas Juan Simón y el irlandés Guillermo Dickson.
Este último fue el encargado, por orden expresa del comandante John Onslow, de izar y arriar el pabellón británico cada vez que pasara una embarcación y todos los días domingos.
La bandera del usurpador dejó de flamear desde agosto de 1833 hasta enero de 1834.

No obstante, la suerte de los valientes restablecedores de la soberanía nacional sobre las islas Malvinas tuvo un vuelco significativo cuando llega a las costas de Puerto Soledad el barco inglés Challenger, el 8 de enero de 1834, pues el capitán Seymour despachó al teniente Henry Smith junto a cuatro suboficiales y 30 soldados de Marina para que busquen al grupo liderado por Antonio Rivero.

Recién el 21 de enero los ingleses logran recuperar el control de Puerto Soledad.

La persecución fue más punzante, y Rivero y su gente debieron pedir pequeñas treguas por la falta de alimentos.

El primero en entregarse fue el gaucho José María Luna ante el capitán Seymour el 11 de enero, y el último fue el gaucho Antonio Rivero, el martes 18 de marzo de 1834.
Conducido a Londres fue juzgado por un tribunal militar
-instancia de la que poco y nada se sabe al respecto-,
Y luego Rivero fue devuelto a Buenos Aires donde posteriormente integró los ejércitos de la Confederación Argentina.

Se estima que murió combatiendo otra vez a los ingleses, junto a sus aliados de Francia, en la Batalla de la Vuelta de Obligado, el 20 de Noviembre de 1845.

Muchas generaciones, siguieron y seguimos viviendo con el culto de la Soberanía Nacional, basados en la filosofía aglutinante de ser Patria y no colonia, ser potencia y no factoría, nación y no satélite, ni campo de pastoreo de “mesiánicos” o “iluminados” gobernantes.

Rivero, ha sido el punto de partida, de la nación Justa, Libre y Soberana que merecemos los Argentinos.