lunes, 1 de junio de 2009

NACIMIENTO DEL GENERAL MANUEL BELGRANO

(03 de Junio de 1770 - 20 de junio de 1820)

En el libro parroquial de bautismos de la Iglesia Catedral de Buenos Aires, iniciado en el año de 1769 y concluido en el de 1775, se lee al final de la página 43:
"En 4 de junio de 1770, el señor doctor don Juan Baltasar Maciel canónigo magistral de esa santa iglesia Catedral, provisor y vicario general de este obispado, y abogado de las reales audiencias del Perú y Chile, bautizó, puso óleo y crisma a Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús, que nació ayer 3 del corriente:
Es hijo legítimo de don Domingo Belgrano Pérez y de doña Josefa González:
Fue padrino D. Julián Gregorio de Espinosa".
Nació nuestro héroe, cuarenta años antes de la gran revolución que lo inmortalizó y a la que sirviera con abnegación ejemplar.
Manuel Belgrano fue el cuarto hijo de un matrimonio que tuvo ocho varones y tres mujeres.
El padre, Domingo Belgrano y Peri, había llegado al Plata en 1751.
Era genovés.
En Buenos Aires prosperó; obtuvo la naturalización; integró el núcleo de comerciantes importantes; se casó en 1757 con doña María Josefa González Casero -de antiguo arraigo en la ciudad-, y dio a su numerosa familia, educación esmerada y vida cómoda.
Los hijos correspondieron a la solicitud de los padres: sirvieron al Estado en la milicia, en la administración o el sacerdocio, con dedicación y brillo.
Quebrantos financieros en los últimos años de su vida -murió en 1795- motivados por un proceso en el cual se vio implicado sin razón, le crearon situaciones difíciles.
Los hijos se hicieron cargo de las obligaciones pendientes, al abrirse la sucesión.
Y la gloria de su cuarto vástago arrancó para siempre del anónimo a este esforzado comerciante ligur que tuvo confianza en la generosa tierra del Plata.
Belgrano cursó las primeras letras en Buenos Aires.
En el Colegio San Carlos, bajo la dirección del Dr. Luís Chorroarín, estudió latín y filosofía, acordándosele el diploma de licenciado en esta última disciplina el 8 de junio de 1787, cuando ya se encontraba en España adonde lo había enviado su padre para instruirse en el comercio.Sin embargo, fue en la Universidad de Salamanca, donde se matriculó, graduándose de abogado en Valladolid en 1793.
Poco ha contado Belgrano de su paso por las aulas peninsulares.
Más le interesaron las nuevas ideas económicas, las noticias de Francia y su revolución - filtradas a pesar de la rigurosa censura -, las discusiones de los cenáculos madrileños donde se hablaba de los fisiócratas - mágica palabra - y hacían adeptos Campomanes, Jovellanos, Alcalá GaIiano.
Conoció la vida de la Corte, viajó por la Península, leyó a sus autores predilectos en francés, italiano e inglés; cultivó, en fin, su espíritu.
Cercana la hora del regreso recibió a fines de 1793 una comunicación oficial en Ia que se le anunciaba haber sido nombrado Secretario perpetuo del Consulado que se iba a crear en Buenos Aires.
En febrero de 1794 se embarcó para el Plata.
Iniciaba, así, a los veinticuatro años de edad, su actuación pública. Hasta su hora postrera, estaría consagrado a servir a sus compatriotas.
Apoyó la creación de establecimientos de enseñanza, como las Escuelas de Dibujo y de Náutica.
Redactó sus reglamentos, pronunció discursos, alentó las vocaciones nacientes y trató de dar solidez a estas escuelas, prontamente anuladas por la incomprensión peninsular.
Halló todavía tiempo para traducir un libro de Economía Política, redactar un opúsculo sobre el tema, contribuir a la fundación del "Telégrafo Mercantil", e interesar a un grupo de jóvenes que como él deseaba lo mejor para su patria, en los principios fundamentales de la economía política.
No descuidó, sin embargo, su tarea específica de secretario del Consulado, donde, detallada y cuidadosamente, redactaba las actas.
Durante una década - agitada ya por fermentos e inquietudes -- se preparó para manejar a los hombres y encauzar los acontecimientos.
El primer cañonazo del invasor inglés - que precipitó los hechos- alejará a Belgrano de su bufete, para lanzarlo a la acción.
Su actuación durante las Invasiones Inglesas (1806-1807)
El 27 de junio de 1806 fue un día de luto para Buenos Aires.
Bajo un copioso aguacero desfilaron hacia el Fuerte los 1.500 hombres de Beresford, que abatieron la enseña real, mientras el virrey Sobremonte marchaba, apresurado, hacia Córdoba.
Belgrano - capitán honorario de milicias urbanas - había estado en el Fuerte para incorporarse a alguna de las compañías que se organizaron y que nada hicieron, luego, para oponerse al invasor.
"Confieso que me indigné; me era muy doloroso ver a mi patria bajo otra dominación y sobre todo en tal estado de degradación que hubiera sido subyugada por una empresa aventurera, cual era la del bravo y honrado Beresford, cuyo valor admiro y admiraré siempre en esta peligrosa empresa".
Días más tarde los miembros del Consulado prestaron juramento de reconocimiento a la dominación británica.
Belgrano se negó a hacerlo, y como fugado, pasó a la Banda Oriental, de donde regresó, ya reconquistada la ciudad, aunque habían sido sus propósitos participar en la lucha popular.
Al organizarse las tropas para una nueva contingencia, Belgrano fue elegido sargento mayor del Regimiento de Patricios.
Celoso del cargo, estudió rudimentos de milicia y manejo de armas, y asiduamente cumplió con sus deberes de instructor.
Cuando quedó relevado de estas funciones fue adscripto a la plana mayor del coronel César Balbiani, cuartel maestre general y segundo jefe de Buenos Aires.
Como ayudante de éste, actuó Belgrano en la defensa de Buenos Aires.
Fue Jefe del RI1 Patricios durante 1811 y desde 1813 hasta 1814.
El monárquico Antes de la declaración de la Independencia (9 de julio de 1816), declama ante los congresistas e insta a declarar cuanto antes la independencia.
Propone una idea que contaba con el apoyo de San Martín: la consagración de una monarquía:
"Ya nuestros padres del congreso han resuelto revivir y reivindicar la sangre de nuestros Incas para que nos gobierne.
Yo, yo mismo he oído a los padres de nuestra patria reunidos, hablar y resolver rebosando de alegría, que pondrían de nuestro rey a los hijos de nuestros Incas.
" No obstante, la propuesta monárquica de Belgrano no prospera, dado que habían corrido rumores de que incluía la cesión de la corona a la casa de Portugal.
Fundador de la Escuela de Matemáticas en 1810, costeada por el Consulado, y de la Academia de Matemáticas del Tucumán, que en 1812 instauró para la educación de los cadetes del ejército.
Dona sus sueldos y premios del ejército para construir 40 escuelas publicas y hasta dicto el reglamento con que debían funcionar.
La historia oficial no lo cuenta, o lo disimula, tal vez para no quitarle el mérito a Sarmiento, que por otra parte no fue éste el que hizo las escuelas, sino su Ministro de economía, Nicolás Avellaneda, que luego se lo reprocha con amargura; en un “Apunte” de 1874, (que se editó en 1910) en sus Escritos y discursos. Nicolás Avellaneda se atribuyó el mérito único, pero reconociendo que el presidente facilitaba su nombre de educador:
"Bajo mi ministerio – dice Avellaneda – se dobló en número de los colegios, se fundaron las bibliotecas populares, los grandes establecimientos científicos como el Observatorio, se dio plan y organización a los sistemas escolares, y provincias que encontré como La Rioja sin una escuela pública llevaron tres mil o cuatro mil alumnos...
Es la página de honor de mi vida pública y la única a cuyo pie quiero consignar mi nombre. ¿Cuál fue la intervención del señor Sarmiento en estos trabajos, que absorbieron mi vida por entero durante cinco años?
El nombre del señor Sarmiento al frente del gobierno era por sí solo una dirección dada a las ideas y ala opinión en favor de la educación popular; su firma al pie de los decretos era una autoridad que daba prestigio a mis actos.
Su intervención se redujo, sin embargo, a esta acción moral.
Supo el señor Sarmiento que había bibliotecas populares y una ley nacional que las fundaba cuando habían aparecido los primeros volúmenes del Boletín de las Bibliotecas, y éstas convertídose en una pasión pública.
El señor Sarmiento no se dio cuenta de la ley de subvenciones y de su mecanismo sino en los últimos meses de su gobierno.
Esto es todo y es la verdad". (Nicolás Avellaneda, Escritos y discursos, VIII, 397.)(El “Apunte” de Avellaneda no estaba destinado a la publicidad; es un desahogo íntimo de quien ve a otro atribuirse un mérito propio)
“la exportación de lo superfluo es la ganancia mas clara que pueda hacer una Nación”.
…”el modo mas ventajoso de exportar las producciones superfluas de la tierra es ponerlas antes en obra o manufacturadas”…..”la importación de las materias extranjeras para emplearse en manufacturas, en lugar de sacarlas manufacturadas de sus países, ahorra mucho dinero y proporciona la ventaja que produce a las manos nativas que se emplean en darles una nueva forma”……
“La importación de las cosas de absoluta necesidad, no puede estimarse un mal, pero no deja de ser un motivo real de empobrecimiento de una nación”…..”
es un comercio ventajoso dar sus bajeles a flete a las otras naciones”…..”
la importación de mercancías extranjeras para volverlas a exportar enseguida procura un beneficio real”.
Por suerte, para nosotros, Belgrano también tuvo su faceta “desobediente”
La tarde del 25 de Mayo, Belgrano hace jurar la bandera en Jujuy, pero la Junta (Rivadavia) le reprocha “…la reparación de tamaño desorden (la jura de la Bandera) …” (ya se lo habían reprochado en Rosario).
En el Norte, el ejército de Belgrano, ante el avance de los Españoles, inicia el éxodo del pueblo Jujeño hacia Tucumán, donde decide resistir apoyado por el entusiasmo de la gente
”Sin mas armas que unas lanzas improvisadas, sin uniforme, ni otra montura que la silla y los guardamontes.
No tenían disciplina ni tiempo de aprender al voces de mando, pero les sobraba entusiasmo...
”Rivadavia lo increpa para que se retire a Córdoba pero Belgrano le escribe
“ Algo es preciso aventurar y ésta es la ocasión de hacerlo; voy a presentar batalla fuera del pueblo y en caso desagraciado me encerraré en la plaza hasta concluir con honor...” .
Todavía el 29 insistía Rivadavia en la Retirada:
“ Así lo ordena y manda este Gobierno por última vez...la falta de cumplimiento de ella le deberá a V.S. los mas graves cargos de responsabilidad”(Historia Argentina de Juan Manuel de Rosa).
Por suerte Belgrano, desobediente, finalmente hace frente y derrota a los realistas que deberán retirarse con grandes perdidas de hombres y equipos militares, derrotados con los valientes gauchos que los ilustrados porteños rebautizarían con el mas decente denominativo de “valientes campesinos a caballo” .
(...que patriota Rivadavia ¡¡¡¡, estaría pensando en el negociado de las minas de Famatina o en el empréstito Baring? Menos mal que tuvimos algunos patriotas “desobedientes”)
Belgrano no se casó, pero tuvo varios hijos.
De sus amores con una joven tucumana nació su hija, Manuela Mónica, que fuera enviada por su pedido a Buenos Aires, para instruirse y establecerse.
Tuvo otro hijo con la hermana de Encarnación Escurra, mujer de Rosas.
Este lo crió y cuando cumplió 18 años le contó quien era su ilustre padre:
"De ahora en más puede llamarse Pedro Rosas y Belgrano" – le dijo.
Después de todo lo que hizo por la patria y las donaciones que hizo de su patrimonio para la educación muere en la pobreza y el olvido.
Aquejado por una grave enfermedad (hidropesía) que lo minó durante más de cuatro años, y todavía en su plenitud, el prócer murió en Buenos Aires el 20 de junio de 1820, empobrecido y lejos de su familia.
Sólo un diario, "El Despertador Teofilantrópico" se ocupó de la muerte de Belgrano, para los demás no fue noticia.
Culminaba así una vida dedicada a la libertad de la Patria y a su crecimiento cultural y económico Años mas tarde, con motivo del traslado de sus restos a la iglesia de Santo Domingo (en la actual Av. Belgrano), durante el gobierno de Roca, los ministros Pablo Ricchieri (de Guerra) y Joaquín V. González se quedaron con los dientes de Belgrano. Los llevaron “de recuerdo”, dijeron.
Conocido el hecho y ante la evidencia, explicaron que lo hicieron para evitar que “los robaran”.
El episodio aparece citado en el libro de Jorge B. Rivera: Territorio Borges y otros ensayos breves - Buenos Aires (2000).
En una parte dice: “La exhumación del cadáver de Belgrano, en el atrio del Convento de Santo Domingo dio lugar en 1902 a un episodio curioso: Joaquín V. González y el general Pablo Ricchieri habrían intentado apoderarse durante la ceremonia de algunos dientes de Belgrano”.
Rivera acota en la página 157 de su libro: “por ese motivo la revista Caras y Caretas del 13 de septiembre de 1902 publicó una caricatura en la que el espíritu de Belgrano increpa a sus depredadores:
“¡Hasta los dientes me llevan! ¿No tendrán bastante con los propios para comer del presupuesto?”.
También hay una interesante y pormenorizada narración sobre este tema en la revista Todo es Historia, Nº 38, Junio de 1970.
El artículo es de Jimena Sáenz.Pacho O’Donell en su libro “El grito sagrado”
relata:“….
Ochenta y tres años después de su muerte podía leerse en el matutino
La Prensa a raíz de la exhumación de sus restos para ser trasladados al mausoleo donde hoy yacen, en la iglesia de Santo Domingo:
"Llama la atención que el escribano del Gobierno de la Nación no haya precisado en este documento los huesos que fueron encontrados en el sepulcro; pero no es ésta la mayor irregularidad que he podido observar en este acto.
Entre los restos del glorioso Belgrano que no habían sido transformados en polvo por la acción del tiempo, se encontraron varios dientes en buen estado de conservación y ¡admírese el público!
¡esos despojos sagrados se los repartieron buena, criollamente, el ministro del Interior y el ministro de Guerra!
(...) Que devuelvan esos dientes al patriota que menos comió en su gloriosa vida con los dineros de la Nación y que el escribano labre un acta con el detalle que todos deseamos y que debe tener todo documento histórico..."
“El escándalo fue tal que los susodichos ministros, el doctor Joaquín V. González y el coronel Ricchieri, tuvieron que devolver los dientes del prócer”.
La Bandera de Nacional Belgrano es el creador de la bandera “Azul y blanca” y no la “celeste y blanca” que impusieron Sarmiento y Mitre.
La bandera, creada en Rosario el 27 de febrero de 1812 por Belgrano inspirada en la escarapela azul-celeste del Triunvirato, debido al color de la heráldica, que no es azul-turquí ni celeste sino el que conocemos como azul.
Nada tuvo que ver el color del cielo con que nos quisieron convencer.
Algunos utilizan el argumento para defender el celeste, por el hecho de que por la “sincera religiosidad de Belgrano”, este debió tomar el celeste de la virgen y no el azul.
Sin embargo la “sincera religiosidad de Belgrano” no contradice el hecho de que usara al azul ya que algunos suponen que el azul-celeste de los patricios.
fue tomado de la Orden de Carlos III, otros, de la inmaculada Concepción”, y otros que ambos colores (el blanco y el azul) fueron sacados del escudo de la ciudad de Buenos Aires, cuyos colores eran precisamente blanco y azul.”
Lo cierto es que el Congreso sancionó la ley de banderas el 25 de enero de 1818 estableciendo que la insignia nacional estaría formada por “los dos colores blanco y azul en el modo y la forma hasta ahora acostumbrados”.
Tampoco fueron “celestes y blancas” las cintas que distinguieron a los patriotas del 22 de mayo, sino que eran solamente blancas o “argentino” que en la heráldica simboliza “la plata”.
Fueron solamente blancas. La cinta azul se agregó como distintivo del Regimiento de Patricios.
Pero tampoco era celeste, sino tomados del azul y blanco del escudo de Buenos Aires.
Azul y blanca fue la bandera que flameó en el fuerte de Buenos Aires, en Ituzaingo durante la guerra con brasil, y en la guerra del Paraguay. En 1813, Artigas le agregaría una franja colorada (punzó) cruzada para distinguirse de Buenos Aires sin desplazar la “azul y blanca”.
La bandera cruzada fue usada en Entre Ríos y Corrientes.
La cinta punzó fue adoptada por los Federales, mientras los Unitarios, para distinguirse, usaron una cinta celeste, y no el azul de la bandera.
Cuando Lavalle inició la invasión “libertadora” contra su patria (apoyado y financiado por Francia) también uso la bandera “celeste y blanca” para distinguirla de la nacional...
“ni siquiera enarbolaron (los libertadores) el pabellón nacional azul y blanco, sino el estandarte de la rebelión y la anarquía celeste y blanco para que fuese más ominosa su invasión en alianza con el enemigo”
(Coronel salteño Miguel Otero en carta Rufino Guido, hermano de Tomas Guido, el 22 de octubre de 1872.
Memorias. ed. 1946, Pág. 165). Rosas, para evitar que al desteñirse por el sol, se confundiera con la del enemigo, la oscurece más, llevándola a un azul-turquí.
¿Por qué Rosas eligió el azul turquí? Por varias razones: porque el “azul real” es más noble y resiste por más tiempo, al sol, a la lluvia, etc.
Rosas pensó que el color argentino era el azul, porque así lo estableció el decreto de la bandera nacional y de guerra del 25 de febrero 1818, y también porque el celeste siempre fue el color preferido de liberales y masones.
Fue la bandera que, sin modificarse la ley flameó en el fuerte, en la campaña al desierto (1833 – 1834) en la Vuelta de Obligado y en El Quebracho en 1845,) y la misma que fue saludada en desagravio por el imperio ingles con 21 cañonazos.
El 23 de marzo de 1846 Rosas le escribió al encargado de la Guardia del Monte, diciéndole que se le remitiría una bandera para los días de fiesta, agregando que "
...Sus colores son blanco y azul oscuro con un sol colorado en el centro y en los extremos el gorro punzo de la libertad.
Esta es la bandera Nacional por la ley vigente.
El color celeste ha sido arbitrariamente y sin ninguna fuerza de Ley Nacional, introducido por las maldades de los unitarios.
Se le ha agregado el letrero de ¡Viva la Federación! ¡Vivan los Federales Mueran los Unitarios!".
La misma bandera se izó en el Fuerte de Bs.As. el 13 de abril de 1836 al celebrarse el segundo aniversario del regreso de Rosas al poder.
La misma bandera que Urquiza le regala a Andrés Lamas y que hoy se conserva en el Museo Histórico Nacional de Montevideo.
Rosas, quiso que las provincias usaran la misma bandera y evitaran el celeste, y con ese propósito mantuvo correspondencia, entre otros, con Felipe Ibarra, gobernador de Santiago del Estero, entre abril y julio de 1836.
"Por este motivo debo decir a V. que tampoco hay ley ni disposición alguna que prescriba el color celeste para la bandera nacional como aun se cree en ciertos pueblos."
(José Luis Busaniche) "El color verdadero de ella porque está ordenado y en vigencia hasta la promulgación del código nacional que determinará el que ha de ser permanente es el azul turquí y blanco, muy distinto del celeste."
Y le recordó que las enseñas nacionales que llevó a las pampas y la del Fuerte, tenían los mismos colores, y que las mismas banderas para las tropas fueron bendecidas y juradas en Buenos Aires.
Rosas uso la azul y blanco y le adicionó cuatro forros frigios en sus extremos, según Pedro de Angelis, en honor a los cuatro acontecimientos que dieron nacimiento a la Confederación Argentina:
el tratado del Pilar del 23 de febrero de 1820)(que adoptó el sistema Federal), el Tratado del Cuadrilátero (de amistad y unión entre Bs.As y las provincias) la Ley Fundamental de 23 de enero de 1825 (que encargo a Bs.As. las relaciones exteriores y la guerra) ), y el Pacto Federal del 4 de enero de 1831 ( creación de la Confederación, a la que se adherían las provincias) (Expulsado Rosas en Caseros, Sarmiento adopta el celeste unitario en vez del azul de la bandera nacional.
En su “Discurso a la Bandera” al inaugurar el monumento a Belgrano el 24 de septiembre de 1873 señaló a la enseña de la Confederación como un invento de bárbaros, tiranos y traidores, y en su Oración a la Bandera de 1870, denigra la “blanca y negra” de la Vuelta de Obligado diciendo además que
” la bandera blanca y celeste ¡Dios sea loado! no fue atada jamás al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra”. Y si alguna vez fue atada al carro de algún triunfador, se lo debemos a Sarmiento y no al Restaurador.
Tampoco la celeste y banca de Sarmiento recibió saludo de desagravio de ninguna potencia imperial.
Mucho menos la de Mitre. Mitre se basa en el “celeste” basándose entre otros argumentos en un óleo se San Martín hecho en 1828, como si el color adoptado por un artista fuera argumento suficiente.
El general Espejo, compañero de San Martín, en 1878 publicaba sus Memorias del y recordaba como azul el color original de la bandera de los Andes conservada desteñida en Mendoza.
Pero Mitre, que siempre interpretó las cosas como le convino, lo atribuyó a una “disminuida memoria del veterano”.
En 1908, ante la confusión existente y a pedido de la Comisión del Centenario, se estableció el color azul de la ley 1818 para la confección de banderas.
Sin embargo, siguió empleándose el celeste y blanco, en lugar del la gloriosa “azul y blanca”
La misma bandera que acompaño a San Martín en su gloriosa gesta Libertadora y la misma que acompaño los restos del propio Rosas en Southampton.