JUANA AZURDUY
Juana
Azurduy nació, en el cantón de Toroca en las cercanías de Chuquisaca, el 12 de
julio de 1780.
Ese año la ciudad de La Paz fue sitiada por Tupac Catari y
Bartolina Sisa, alzados en armas en apoyo a Túpac Amaru.
Durante su infancia su
familia tiene un buen pasar. Ella aprenderá el quechua y el aymará.
Trabajará en
el campo, en las tareas de la casa, y se relacionará con los campesinos e
indios.
A la muerte de su madre primero y luego de su padre, su crianza quedará
a cargo de sus tíos junto a su hermana Rosalía.
Su adolescencia será
conflictiva, ya que chocará con el conservadurismo de su tía, por lo que será
enclaustrada en el Convento de Santa Teresa.
Se rebelará contra la rígida
disciplina, promoviendo reuniones clandestinas, donde conocerá la vida de Túpac
Amaru y Micaela.
Leerá la vida de Sor Juana Inés de la Cruz entre otros, lo que
le llevará a la expulsión a los 8 meses de internada.
De regreso a su región
natal, conoce a Melchor Padilla, padre de su futuro marido, amigo de los indios
y obediente de las leyes realistas, quien muere lejos de su casa, en una cárcel
porteña, acusado de colaborar con otra rebelión indígena, en el año 1784.
Ligados a la historia de la resistencia alto peruana, estos hitos biográficos de
Padilla ejercerán una enorme influencia sobre la formación de Juana Azurduy.
Manuel Padilla, hijo, establece una relación de profunda amistad con Juana.
Éste frecuentó las universidades de Chuquisaca y
compartió con Juana, su conocimiento por la revolución Francesa, las ideas
republicanas, la lucha por la libertad, la igualdad, la fraternidad.
Conoció los
nombres de: Castells, Moreno, Monteagudo.
El 8 de marzo de 1805 contrajeron
matrimonio, y tuvieron tres hijos: Marino, Juliana y Mercedes.
Gozaron de una buena posición económica, pero Don Manuel como era criollo no pudo participar de cargos en el cabildo.
Con la caída
de Fernando VII bajo la ocupación de Napoleón, el 25 de mayo de 1809 se produjo
la revolución de Potosí.
Manuel Padilla se sumó a la resistencia y encabezó a los indios Chayanta y triunfó. Juró servir a la causa americana y vengó a los patriotas fusilados en el levantamiento de La Paz.
Un año después el general
Vicento Nieto asumió la Real Audiencia, y condenó a la cárcel y a las mazmorras
a todos aquellos que participaron de los levantamientos, entre ellos Padilla.
Juana defendió con rebenque en mano su propiedad ante los realistas.
Al año
siguiente de la Revolución de Mayo, Manuel Padilla se unió a Martín Miguel de
Güemes, fueron la pesadilla del ejército realista.
Doña Juana quiso acompañarlos
pero estaba prohibida la presencia de mujeres en el ejército.
Su casa fue confiscada y debió ocultarse en la casa de una amiga. Manuel Padilla se enfrentó con las tropas realistas utilizando el método de guerrillas, venció en varias oportunidades y su nombre comenzó a convertirse en leyenda.
Hacia 1813 los revolucionarios ocuparon Potosí y Padilla
fue el encargado de organizar el ejército, tarea a la cual se sumó ahora sí
Juana.
Su ejemplo hizo que muchas mujeres se sumaran a la gesta.
“En poco
tiempo, el prestigio de Juana Azurduy se incrementó a límites casi míticos: los
soldados de Padilla veían en ella la conjunción de una madre y esposa ejemplar
con la valerosa luchadora; los indígenas prácticamente la convirtieron en objeto
de culto, como una presencia vívida de la propia Pachamama”.
Luego de la derrota de Vilcapugio y Ayohuma, la lucha se desplazó al nordeste de Bolivia, se le llamó la “Guerra de las Republiquetas”.
Durante este tiempo el cacique Juan Huallparrimachi, músico,
poeta y descendiente de los incas, se unió a Juana Azurduy, fue su fiel
lugarteniente.
En el mes de marzo de 1814. Padilla y Azurduy vencieron a los
realistas en Tarvita y Pomabamba. Pezuela, el jefe del ejército español, puso
todo su batallón a perseguir a la pareja de caudillos.
Las tropas
revolucionarias debieron dividirse:
Padilla se encaminó hacia La Laguna y Juana
Azurduy se internó en una zona de pantanos con sus cuatro hijos pequeños.
Allí
se enfermaron cada uno de sus cuatro hijos, donde murieron Manuel y Mariano,
antes de que Padilla y Juan Huallparrimachi, llegaran en auxilio.
De vueltas en
el refugio del valle de Segura murieron Juliana y Mercedes, las dos hijas, de
fiebre palúdica y disentería. “Dicen los biógrafos que comienza aquí la guerra
brutal contra los realistas:
“Padilla es cruel, es sanguinario (…) La guerra se ha desatado bárbaramente; ya no es la ley del Talión la que prima, sino una ley más inhumana, por un muerto se exigen dos, por dos, cuatro”, afirma Gantier”.
“Juana Azurduy está nuevamente embarazada cuando combate el 2 de agosto de 1814
con Padilla y su tropa, en el cerro de Carretas.
Y Juana Azurduy sufre ya los
dolores de parto cuando escucha las pisadas de la caballería realista entrando
en Pitantora.
Luisa Padilla, la última hija de los amantes guerreros, nace junto
al Río Grande y experimenta ahora en brazos de su madre los ardores de la vida
revolucionaria”.
Un grupo de suboficiales quisieron arrebatarle la caja
con el tesoro de sesenta mil duros, el botín de guerra con el que contaban para
su supervivencia las tropas revolucionarias, y que Juana Azurduy custodiaba con
celoso fervor.
Juana se alzó frente a ellos con su hija en brazos y la espada
obsequiada por el General Belgrano.
Feroz y decidida, montó a caballo con la pequeña Luisa y, juntas, se zambulleron en el río. Lograron llegar con vida a la otra orilla.
La hija recién nacida quedó a cargo de Anastasia Mamani, una india que
la cuidó durante el resto de los años en que su madre continuó luchando por la
independencia americana.
En 1816 Juana y su esposo, quienes tenían bajo sus
ordenes 6000 indios, sitiaron por segunda vez la ciudad de Chuquisaca.
Los
realistas lograron poner fin al cerco, y en Tinteros, Manuel Ascencio Padilla
encontró la muerte. Manuel Belgrano, en un hecho inédito, envió una carta donde
la nombraba teniente coronel.
La cabeza de Padilla fue exhibida en la plaza
pública durante meses, ésta se convirtió en un símbolo de la resistencia. El 15
de mayo de 1817 Juana al frente de cientos de cholos la recuperó.
Juana Azurduy intentó reorganizar la tropa sin recursos, acosada por el enemigo, perdió toda colaboración de los porteños. J
uana decidió dirigirse a Salta a combatir junto a las tropas de Güemes, con
quien estuvo tres años hasta ser sorprendida por la muerte de éste, en 1821.
Decidió regresar junto a su hija de 6 años, pero recién en 1825 logró que el
gobierno le dé cuatro mulas y cinco pesos para poder regresar.
En 1825 se
declaró la independencia de Bolivia, el mariscal Sucre fue nombrado presidente
vitalicio. Este le otorgó a Juana una pensión, que le fue quitada en 1857 bajo
el gobierno de José María Linares.
Doña Juana terminó sus días olvidada y en la
pobreza, el día 25 de mayo de 1862 cuando estaba por cumplir 82 años. Sus restos
fueron exhumados 100 años después, para ser guardados en un mausoleo que se
construyó en su homenaje.
Esta carta fue escrita ocho años más tarde de la muerte de Güemes, cuando vagaba pobre y deprimida por las selvas del Chaco argentino:
“A las muy honorables juntas Provinciales: Doña Juana Azurduy, coronada con el grado de Teniente Coronel por el Supremo Poder Ejecutivo Nacional, emigrada de las provincias de Cbarcas, me presento y digo:
Que para concitar la compasión de V. H. y llamar vuestra atención sobre mi
deplorable y lastimera suerte, juzgo inútil recorrer mi historia en el curso de
la Revolución.
Uno de los pocos momentos de felicidad fue aquel en que
sorpresivamente Simón Bolívar, acompañado de Sucre, el caudillo Lanza y otros,
se presentó en su humilde vivienda para expresarle su reconocimiento y homenaje
a tan gran luchadora.
El general venezolano la colmó de elogios en presencia de
los demás, y dícese que le manifestó que la nueva república no debería llevar su
propio apellido sino el de Padilla, y le concedió una pensión mensual de 60
pesos que luego Sucre aumentó a cien, respondiendo a la solicitud de la
caudilla:
Sólo el sagrado amor a la patria me ha hecho soportable la pérdida de
un marido sobre cuya tumba había jurado vengar su muerte y seguir su ejemplo;
mas el cielo que señala ya el término de los tiranos, mediante la invencible
espada de V.E. quiso regresase a mi casa donde he encontrado disipados mis
intereses y agotados todos los medios que pudieran proporcionar mi subsistencia;
en fin rodeada de una numerosa familia y de una tierna hija que no tiene más
patrimonio que mis lágrimas; ellas son las que ahora me revisten de una gran
confianza para presentar a V.E. la funesta lámina de mis desgracias, para que
teniéndolas en consideración se digne ordenar el goce de la viudedad de mi
finado marido el sueldo que por mi propia graduación puede corresponderme”.
JUANA AZURDUY
(Letra: Féliz Luna –
Música: Ariel Ramírez)
Juana Azurduy,
flor del Alto
Perú:
no hay otro capitán
más valiente que tú.
Oigo tu voz
más allá de Jujuy
y tu
galope audaz,
Doña Juana Azurduy.
Me enamora la patria en
agraz,
desvelada, recorro su faz;
el español no pasará
con mujeres
tendrá que pelear.
Juana Azurduy,
flor del Alto
Perú,
no hay otro capitán
más valiente que tú.
Estribillo
Truena el cañón,
préstame tu
fusil
que la revolución
viene oliendo a jazmín.
Tierra del sol
en el Alto Perú,
el
eco nombra aún
a Tupac Amaru.
Tierra en armas que se hace
mujer,
amazona de la libertad.
Quiero formar
en tu escuadrón
y al
clarín de tu voz
atacar.
FUENTE
Batticuore, Graciela – Juana Azurduy en
“Mujeres Argentinas, El lado femenino de nuestra historia”
De Miguel, Maria Esther – Editorial
Extra Alfaguara, Buenos Aires, Argentina, 1998.
Deleis, Mónica, De Titto, Ricardo y
Arguindeguy, Diego L. – “Mujeres de la Política Argentina”, Ed.
Aguilar, Buenos Aires, Argentina, 2001.
Efemérides – Patricios de Vuelta de
Obligado.
Fernández, Elizabeth y
Ocampo, Irene – Juana Azurduy,
2005.
O´Donnell, Pacho – “Juana Azurduy, La
Teniente Coronela”, Editorial Planeta.
Turone, Gabriel O. – Juana Azurduy.