sábado, 8 de octubre de 2011

HEROE RODILLAS NEGRAS





EL 8 DE OCTUBRE DE 1975, CAIA EN TUCUMAN EL SOLDADO CONSCRIPTO FREDY ORDOÑEZ



Aniversario número 36 del combate de Acheral, en los montes tucumanos, en el marco del "Operativo Independencia" que, en febrero de 1975, fuera legitimado por decreto del gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón para exterminar el accionar de la delincuencia subversiva marxista allí enraizado.

Las crónicas permiten verificar que el combate de Acheral fue el más feroz que se produjo en la provincia de Tucumán durante la campaña del "Operativo Independencia", donde fueron numerosas tanto las bajas del ejército como del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo).


Y aunque oficialmente se pronuncia el 10 de octubre como el de la batalla aquí recordada, en las jornadas previas existieron importantes escaramuzas que desembocaron, al fin, en las principales acciones del día 10.

En este sentido, el día 8 de octubre de 1975 caía en combate el soldado conscripto Fredy Ordóñez, un salteño de 21 años de edad que en el pasado había sido subversivo; no fue tarde para darse cuenta de que su permanencia allí significaba una alta traición a la Patria, por eso, de forma voluntaria, optó por ingresar a las filas del Ejército Argentino e ir a luchar al monte tucumano.

Su muerte fue tan gloriosa como la del soldado conscripto Hermindo Luna, para quien la presencia de los delincuentes marxistas de Montoneros en las instalaciones del Regimiento de Monte 29 de Formosa, la tarde del 5 de octubre de 1975, no le hizo mella, arriesgando su vida al grito de


"¡Acá no se rinde nadie, mierda!".

Sobre la muerte del soldado Ordóñez, existen las impresiones de un oficial cuyo nombre desconocemos, relato aparecido en una obra interesantísima llamada "¡Aniquilen al ERP!" de Héctor R. Simeoni.


Este libro fue publicado por Ediciones Cosmos y, según otra obra ("Santucho, entre la inteligencia y las armas", de Eugenio Méndez), "[Simeoni] es el primer periodista que narra la historia de militares y erpianos en los cerros. No volvió a reeditarse".

Rescatamos, entonces, algunos párrafos de una de esas narraciones hechas al autor del libro en forma anónima, que contienen -como dijimos- datos de primera mano sobre el final del soldado conscripto Fredy Ordóñez en una misión del constitucional "Operativo Independencia" decretado por el gobierno Nacional Justicialista de 1973-1976:

"(...) El 5 de octubre [de 1975] la fuerza de tareas se separó.


A nuestro grupo le tocó irse a vivir al monte.


Hacia allí nos fuimos en helicóptero 300 hombres.


Coincidentemente, se empezó a poner la cosa difícil.


Cuando habíamos llegado a una finca para de allí trasladarnos al asentamiento elegido, se escuchó por radio un pedido de auxilio.


Habían emboscado a una patrulla del Regimiento 20.

Eran cuatro soldados y un suboficial.


Los emboscaron en una hondonada, al costado de la cual corría un río.


Ellos, que eran muchos, les tiraban desde una barranca.


No tenían escapatoria.


Quedaron acribillados en el suelo.


Bajó una mujer que, en medio de una risa histérica, se dedicó a rematarlos uno a uno.


Casi enseguida, nuestras tropas los atacaron y ellos se dieron a la fuga (...).

Llegamos al sitio elegido cuando era noche muy avanzada.


Se trataba de un claro, en medio del cual había un quincho abandonado y al lado una pequeña construcción de material.


Ocupamos el lugar y comenzamos a dormir por parejas, manteniendo un operativo de seguridad bastante riguroso.

En esa pequeña pieza estaban conversando el jefe del equipo de combate y uno de los oficiales cuando un soldado gritó:


'¡Ahí vienen los fules!'.

Enseguida abrió el fuego y eso se convirtió en un infierno.


Era la una y diez de la mañana.


Noche totalmente cerrada, ni un destello, ni una estrella. Imposible ver a más de un metro.

Eran los que habían atacado a la patrulla.


El sitio que elegimos para instalar nuestro acantonamiento era el mismo que ellos tenían designado como sitio de reunión posterior a su ataque.

La confusión era tremenda.


Nadie sabía si el que tenía al lado era amigo o enemigo.

Uno de ellos venía avanzando.


En eso tropezó y cayó junto a un suboficial nuestro que venía del sur y no estaba demasiado habituado al lugar.


Le dijo: 'Soy soldado, tuve un enfrentamiento en Lules y me vengo replegando'.

Lules queda a 60 kilómetros de donde nosotros nos hallábamos, pero nuestro hombre (recién llegado al lugar) no lo sabía.


Comenzó a ayudarlo a incorporarse.


De repente, le tocó la pierna y descubrió que el otro tenía unas medias largas y altas, como las de los jugadores de fútbol.


Estaban prácticamente abrazados, así que se agarraron a trompadas; se revolcaban por el terreno.


El tipo le arrancó el casco al suboficial y lo dejó seco en el lugar.


Se escapó.


Después supimos que se trataba del famoso 'teniente Armando', que en un momento dado desapareció de la zona del combate; creo que se fue del país (...).

Los llamábamos 'fules' por 'fuleros', por malos.

A otro soldado le quitaron el fusil.


Avanzaron por su espalda.


El hombre tenía el arma trabada.


No le hicieron nada, se contentaron con eso.


Pero pegó un grito tan desgarrador que creímos que lo habían degollado.

Yo estaba durmiendo, me despertaron las balas trazadoras que pasaban por encima de mi cuerpo.


Por supuesto no tenía protección.


Me quedé como estaba, boca arriba.


Mi sentimiento instintivo fue: mejor que me peguen un tiro en la cara, antes que en la nuca.


Le quité la chaveta a una granada. Junto a mí estaba un subteniente; le dije: 'Prepárate, porque tenemos al lado a los fules'.

Cuando íbamos a tirar, vi varias siluetas recortadas contra el resplandor que llegaba de Famaillá.


Llevaban mochilas y cascos. Lo contuve al otro: 'Dejalos, deben ser soldados nuestros que se están replegando'.

Eran subversivos.


Los cascos y mochilas se los habían robado a nuestros soldados, asesinados horas antes.

¿Cómo llegaron hasta nuestro campamento?


No puede decirse que penetraron nuestras líneas.


Ellos venían caminando tranquila, casi inocentemente hacia lo que creían un lugar seguro... y se encontraron con nosotros.


No le tendimos una emboscada.


Fue un típico combate de encuentro.

Cuando se encontraron con la sorpresa se separaron en dos grupos.


El más numeroso corrió desabrochándose todo, abandonando sus pertrechos por el camino, y logró ponerse a salvo.


Otro, más pequeño, desesperado, optó por 'pechar el monte'.


En un momento dado se encontraron con una sección.


El soldado Fredy Ordóñez intentó identificarlos pero le dispararon por sorpresa. Le encajaron cuatro tiros en el pecho.


Murió instantáneamente.


Se arrojaron por una quebrada y así se pusieron a salvo.

En el terreno quedó el capitán 'Pablo' (un sujeto apellidado Molina).


Al poco tiempo cayó en una emboscada Adrúbal Santucho, que era el correo que se dirigía a tomar contacto con el exterior.


Le encontramos una carta que contenía el parte de guerra de ellos. Así nos enteramos de que eran dieciocho.


Cinco eran los que habían asesinado al soldado Ordóñez; el resto huyó por el otro lado. Todavía no sabían que había muerto el 'capitán'.

Cuando todavía no estaba totalmente liquidado el enfrentamiento, llegaron los helicópteros. Rastreaban el terreno con sus potentes reflectores.


En algún momento, me enfocaron en pleno rostro.


No pude evitar un estremecimiento, era un blanco perfecto.


Cuando lo llevaron a Fredy Ordóñez, mi jefe se estaba comunicando conmigo por radio.


Me conmoví cuando me dijo: 'Espere, ya lo tengo... No... está frío, ya se murió'.

Es casi imposible describir el sentimiento que embarga al oficial al comprobar que ha muerto uno de sus soldados. Creo que es algo parecido a haber perdido una parte de sí mismo (...).

Vuelvo a Fredy Ordóñez.


Era huérfano de padre y madre.


Podría haberse exceptuado pero no hizo el trámite porque quería hacer el servicio militar.


Después empezó con los problemas.


Se escapaba del cuartel.


A veces volvía.


En medio de alguna escapada lo encontré por ahí, me puse a conversarlo y lo convencí de que volviera.


Me agradecía calladamente.


Un día, me sorprendió al pedirme que fuera su padrino de confirmación.


Desde ese momento siempre lo tuve cerca, firmemente pero sin ostentaciones.

El día que partimos para el monte llamé a la tropa y la invité a que me entregaran, teniendo en cuenta las condiciones en que nos tocaría desenvolvernos, cualquier efecto que no fuera necesario en campaña.


Yo lo guardaría en una especie de cofre que tenía y, al regreso, todos podrían recuperar lo suyo sin problemas.


Fredy me dio una radio chiquita y unas cuantas pavadas sin valor.

Al rato se me acercaron dos soldados con una queja: 'Señor, Ordóñez nos anda diciendo que nos van a matar'.

No les decía ni cómo ni cuándo, sólo les advertía, en tono de chiste, que tuvieran cuidado.


Su personalidad y su escaso nivel intelectual podrían haber hecho que no llamaran la atención en él este tipo de bromas.


Lo llamé para hacerlo reflexionar, recuerdo que le hablé bastante de que la verdadera hombría consiste en un adecuado manejo del propio miedo.

Ahora creo que el soldado Ordóñez era objeto de una oscura premonición.


Actuaba como alguien que quiere despojarse de una realidad que intuye.


Su estado de ansiedad era notable".